La irrupción del MDMA y la música electrónica, la campaña de ETA contra las discotecas o el secuestro de un DJ: los claroscuros de la historia de la fiesta en España
Fue una fiesta que duró aproximadamente dos décadas, desde los primeros 80 hasta los primeros 2000. Arrancó en Ibiza, saltó a Barcelona y Valencia y tuvo en Madrid otra capital inevitable, extendiéndose de manera capilar por toda nuestra geografía. Fuente de felicidad inacabable, se vio también salpicada por muchos episodios oscuros, porque nada mantiene su inocencia inicial cuando se empieza a hacer masivo y el dinero irrumpe con fuerza. El guionista Asier Ávila ha trazado todo ese relato de la evolución de la juerga discotequera en España, y de sus dos ingredientes fundamentales, las drogas y la música electrónica, en Fiesta. Una tragicomedia sobre hedonismo, fin de semana y música de baile. Un libro de entretenida lectura y con un importante trabajo de hemeroteca narrado con la fluidez de una sesión de disyóquey o de un montaje televisivo, como corresponde a la profesión de su autor.
El relato empieza inevitablemente en la isla Pitiusa, capital mundial del hedonismo en las últimas décadas, y con un nombre conocido por todos: Antonio Escohotado, el gran gurú de las drogas que ha tenido este país. Es agosto de 1982 y Escohotado prueba por primera vez, en una masía, una pastilla que ha traído de Estados Unidos un broker iraní que se está reciclando en organizador de fiestas. “Segundos después -escribe Ávila en su libro-, tres neurotransmisores se activan en paralelo en el cerebro del filósofo creando una sensación intensa que no perturba a un psiconauta experimentado como él, pero que sí produce un cambio brusco durante varios minutos, en los que la producción de serotonina se altera, modificando el estado de ánimo, al mismo tiempo que la dopamina agudiza su percepción del placer y la norepinefrina acelera la presión sanguínea activando una respuesta física”.
La cápsula es MDMA, una sustancia descubierta en 1912 en Alemania y patentada entonces por la todopoderosa farmacéutica Merck cuando pensaban que podía servir para controlar el sangrado. Décadas más tarde, el científico americano Alexander Shulgin probará, en plena explosión hippy, que aquella sustancia reforzaba la empatía y conectaba con el inconsciente, pero sin las alucinaciones y la pérdida de papeles que a menudo provocaban los alucinógenos. “Penicilina para el alma”, la describirán Shulgin y sus amigos. “Se derrumban las puertas del corazón”, escribirá Escohotado después de probarla. Aunque a lo largo de sus páginas van a aparecer muchas más drogas, el MDMA, también conocido como ‘éxtasis’, va a ser una especie de hilo conductor a lo largo del libro de Ávila. La droga perfecta para tocar la felicidad, y también la que lo cambió todo.
Una droga «transformadora»
“Hay que entender el poder transformador que el MDMA tiene en esos momentos utópicos del inicio de los años 80, incluso hasta en los 90, cuando los jóvenes que se acercan por primera vez a la noche descubren una droga que es fácil de consumir y que no requiere hacer cosas extrañas en un lavabo, compartir instrumental con otros…”, explica Ávila en conversación con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. “No es fumar cannabis, que a lo mejor te atonta, ni tampoco otras drogas que te permiten estar más activo, beber más y dormir menos, como las anfetaminas, por ejemplo. El MDMA tiene algo de transformador, como lo entendía Escohotado. De hecho, es extraño que el MDMA se asociara tan rápido a la fiesta, porque no produce esos efectos anfetamínicos de moverte y no parar. Genera algo íntimo, al menos la primera vez que lo pruebas. Es una droga que, creo, tiene mucho significado. Y luego está el hecho de que Shulgin viniera a España, y que participase en algunos juicios: gracias a su testimonio, la Audiencia Provincial de Madrid llega a decir que el MDMA no es una droga dura. Todo esto tenía una cronología y un arco dramático muy interesante para la historia que quería contar. Además, ya hay libros sobre la cocaína o el hachís”, dice el autor sobre el protagonismo que esta sustancia tiene en su libro.
Mientras las nuevas sustancias aterrizan en el paraíso ibicenco, el electropop, una música en la que abundan los sintetizadores y las cajas de ritmos, se extiende por España empujada por la Movida y los sonidos que llegan de Europa. Empieza a acuñarse el concepto música de baile, y en Barcelona una pareja de amigos avispados, Ricardo Campoy y Miguel Degà, montan un sello discográfico. Lo bautizan como Max Music y organizan un concurso de DJs que ganará Mike Platinas, un joven que monta inauditas remezclas utilizando cintas de magnetofón, tijeras y celo. Se inspirarán en el italodisco y en 1985 publicarán el primero de una serie de recopilatorios que se llamará Max Mix, la base de la ‘música máquina’ que arrasará en la siguiente década larga.
Con la victoria socialista del 82, la España liberada que se despertaba del franquismo en la Transición ha decidido que quiere pasárselo bien, y las dificultades que persisten, con el paro a la cabeza, empujan a la juventud a crear un espacio de escape en una noche que a menudo se extiende hasta el día siguiente y más allá. Los alrededores de Valencia y sus discotecas que no cierran en todo el fin de semana se convertirán en el epicentro de esa fiesta sin fin en la que suena música como la que se hace en Barcelona. La historia es conocida y se ha contado mucho en los últimos años: la ruta del bakalao y el estigma que enseguida le caerá encima como fuente de delincuencia y perdición juvenil.
La crónica de sucesos
Todo eso se cuenta en el libro de Ávila, pero hay historias que no son tan conocidas y que probablemente sorprenderán a muchos lectores. Una es la de los citados creadores de la serie Max Mix, que se hacen de oro y llegan a vender más copias de sus discos que el mismísimo Julio Iglesias, hasta entonces rey inderrocable de las listas de éxitos. A medida que ese éxito se consolida (con el tiempo publicarán Bombazo Mix, con guiño «gracioso» al atentado contra Az’nar en su portada, Ibiza Mix, Caribe Mix, Currupipi Mix, etc) las prácticas de la empresa son cada vez más mafiosas, incluidas las amenazas y palizas a sus competidores o a algunos de sus empleados.
Su principal responsable es Miguel Degà, un tipo turbio y temperamental del que su socio y amigo íntimo se separará unos años después para montar otro sello, Vale Music, que se hará de oro participando en fórmulas televisivas como Crónica Marcianas u Operación Triunfo. La rivalidad entre los antiguos socios se salda con el secuestro de un DJ cuyos detalles ahorraremos para no hacer spoiler. Acechado por la justicia, Degà acabará desapareciendo una temporada en Sudamérica. Parece que después ha regresado a Cataluña. «Hay muchos fans del megamix, una especie de comunidad underground, y ellos lo tienen localizado y quieren que hable y dé su versión. No sé si lo hará dentro de un tiempo, pero en cualquier caso no tiene un perfil público», cuenta Asier Ávila, que es el creador del documental de RTVEPlay y 3Cat Megamix Brutal, donde desarrolla esta historia y que surgió precisamente de la investigación que había realizado para este del libro. Antes, Ávila había trabajado como guionista en programas culturales como Página Dos de RTVE.
Otro capítulo sorprendente del libro y parte de su crónica negra es la campaña que ETA emprende hacia 1980 contra la droga y la fiesta, y que mantendrá en activo a lo largo de dos décadas. “Yo estaba investigando la historia de una discoteca seminal [la ibicenca KU] y resulta que uno de los propietarios era José Antonio Santamaría, un ex jugador de la Real Sociedad y conocido empresario donostiarra. Y da la casualidad de que un documento llamado Informe Navajas, que intenta demostrar la corrupción en un cuartel que había en Guipúzcoa, salpica a Santamaría acusándole de narcotraficante». Ese cuartel del que habla es el de Intxaurrondo, y al mando de él estaba el tristemente célebre coronel Galindo, condenado por participar en el secuestro y asesinato de los miembros de ETA Lasa y Zabala cometido por los GAL.
José Antonio Santamaría había fundado la discoteca KU originaria en el Monte Igueldo de San Sebastián en 1970, y había abierto KU en Ibiza a finales de esa década, el primero y más recordado de los clubes que convertirán a Ibiza en la capital mundial de la fiesta, la misma donde Freddie Mercury y Montserrat Caballé presentarán al mundo su canción Barcelona en 1987. Luego pasará a llamarse Privilege y hoy en día [UNVRS]. ETA asesina a tiros a Santamaría en la parte vieja de San Sebastián en 1993. «No lo matan simplemente por ser un empresario de éxito o por negarse a colaborar. Lo matan porque en ETA entendían que la droga era una cosa que el Estado utilizaba para envenenar a su base juvenil abertzale. Desde 1980, e incluso antes, ya había habido bombas y atentados contra discotecas. Porque no solo mataban a supuestos narcotraficantes, también atentaban contra los lugares que ellos creían que pervertían a esta juventud y donde creían que se traficaba o se consumía”. En el libro se mencionan unos 70 atentados y casi 40 víctimas, entre muertos y heridos.
Del paraíso ibicenco al extrarradio
Hay mucho más en el libro de Ávila, a pesar de que es una lectura breve y que se lee con la velocidad de una noche de farra. Por él desfilan tipos tan interesantes y controvertidos como Abel Matutes, empresario y político todopoderoso en Ibiza y su ocio nocturno, que llegó a ser ministro de Asuntos Exteriores con Aznar. También está Nando Dixkontrol, un DJ y eminencia de la música electrónica que acabó preso después de que la policía le pillara con 174.000 pastillas de éxtasis en su casa en plena pandemia. O Alejandro Conde, propietario de la discoteca Radical, un mito de la fiesta a las afueras de Madrid. Él también pasó por la cárcel por tenencia y tráfico de drogas, pero hoy en día vuelve a estar en la brecha.
La fiesta que comenzó con un espíritu algo naíf, en manos de unos cuantos niños bien que podían permitirse viajar a Ibiza a divertirse creció hasta ocupar todo un país y a toda una generación. Se hicieron masivas drogas teóricamente hedonistas pero más dañinas, se cruzaron un montón de intereses económicos y no tardaron en aparecer los delitos o algunos episodios violentos. Pero también tuvo otra cara más positiva: creativa, con la explosión de estilos musicales como el tecno o el house en todas partes y de otros como el breakbeat en Andalucía, o social, generando espacios de encuentro que a menudo se trataron de identificar como malignos por cierta sociedad bienpensante, pero en las que muchos jóvenes encontraron un espacio de felicidad.
Todo aquello tuvo su parte de clasismo: mediados los 90, la fiesta, la de las ‘pastis’ y el ‘chunda chunda’, ya se identificaba sobre todo como un fenómeno de clase trabajadora y extrarradio. No lo ve igual Asier Ávila: «La fiesta ha sido un gran democratizador del ocio. Todo el mundo la puede disfrutar, esa gran evasión respecto a lo que pasa de lunes a viernes y que tiene sentido sobre todo cuando eres joven, cuando la noche se convierte en ese rito de paso en el que tus padres no están, cometes errores, conoces a gente, tomas decisiones… La perversión viene después con las etiquetas: bacalas, chonis… Negar el valor de aquellas discotecas donde iban esos chavales es un prejuicio muy grueso».